viernes, 30 de enero de 2009

Vestido nuevo

Cuando Manuela despertó ya no había remedio. Sus esfuerzos por mantener aquella amenaza a raya habían sido en vano y no lograba entender en qué momento había perdido la batalla. Ahora tendría que aprender a vivir con ello. Sólo tuvo que buscar la manera de respirar.
Comenzó arañando desde el interior hasta conseguir abrir un pequeño orificio. Luego se limpió como pudo las manos y movió la cabeza para poder asomar la nariz. La entrada de oxígeno le permitió pensar más tranquilamente y entonces decidió abrir dos nuevos agujeros para sus ojos y otros tantos para los pies. Así llegó hasta el espejo del baño y pudo verse. No le quedaba mal. Quizás podría convertirlo incluso en una nueva moda para los tiempos de crisis, al fin y al cabo, era bastante barato. Sólo hace falta rendirse ante la pelusa y dejar que crezca a los pies de tu cama hasta que una mañana despiertes cubierta por ella.

viernes, 9 de enero de 2009

Mente gráfica

Siempre he envidiado (sí, envidia, uno de esos pecados capitales que tanto sentimiento de culpa ha despertado en medio mundo) a aquellos que son capaces de crear a partir de la nada. Desde chiquitita (una vez lo fui), supe de mis limitaciones y de mi falta de imaginación. Mis barriguitas se aburrían enormemente ante mi incapacidad para inventar historias medianamente interesantes que las mantuviesen entretenidas.

Esto es así y yo he aprendido a vivir con ello. El único problema es que algo de remordimiento sí que siento y hoy he decidido confesar buscando la absolución del universo.

Así que, madre reconozco que he pecado. Este verano mi nivel de envidia superó todos sus límites cuando tuve la oportunidad de conocer a Pedro Peinado, un artista cordobés con una capacidad extraordinaria para convertir la cotidianeidad en arte. Una mente privilegiada a la que he aprendido a envidiar sanamente y de la que espero seguir disfrutando por lo mucho que es capaz de aportar.

Tengo que reconocerlo, además de mi nula inventiva y mi descarada envidia, poseo una inconfesable debilidad por exprimir el talento ajeno. Me gusta aprender de aquellas personas, que como Pedro, tienen un don del que se me debió privar cuando me diseñaron, así que me he convertido en una especie de pirata mental que descarga software ajeno para ir completando mi disco duro.

Espero, pues, la absolución, aunque, aviso, sin ningún propósito de enmienda.