sábado, 13 de febrero de 2010

Hormonas asesinas

Tengo un amigo que está convencido de que el amor tiene más que ver con la química que con cualquier otra cosa y que enamorarse no es más que un ataque bioquímico pasajero. Está tan convencido que hace años escribió un tratado sobre el asunto en el que concluía que cuando se noten los primeros síntomas de desorden hormonal, lo mejor es “cerrar los ojos, avanzar en sentido contrario al que dicta el instinto, transitar el territorio agreste de la melancolía y esperar a que el aguacero diluya el desorden bioquímico interior” (sic).

Pues yo, que soy mucho menos teórica que él, más que creer que esto del amor es un ataque bioquímico, creo que es simplemente un auténtico coñazo, aunque eso no signifique quitarle la razón.

Él, que es hombre, puede sólo padecer cierto desorden bioquímico. Yo, que milito en el sexo opuesto, soy un poco más complicada. Nosotras padecemos una auténtica revolución cada vez que nos pasa y para colmo no tenemos perspectivas de que esto acabe.

Las primeras veces puede incluso que disfrutemos. Con 15 años resulta emocionante dejarse llevar por lo que no es más que un natural incremento de estrógenos. Entonces, te enamoras por primera vez y te sientes Margarita Gautier cuando él te deja plantada por no ser lo suficientemente popular. Bajón hormonal forzoso, que termina en ataques de celos e inseguridades diversas.

Con 20, decides mandar a tomar viento a los estrógenos y te enganchas a la testosterona, que aunque suene a masculina, también la producimos a este lado del género. Es la hormona que hace aumentar el deseo y afortunadamente no te deja pensar. A tirarse a todo lo que se cruce por tu camino. Claro que como te pases con la dosis, te vuelves agresiva e irritable e inevitablemente todo lo que se cruza por tu camino prefiere cambiar de acera antes de acercarse a ti.

A los 30, si logras encontrar el equilibrio entre los estrógenos y la testosterona, lo normal es que acabes en un paritorio hasta arriba de oxitocina, que va muy bien para dilatar. El problema es que si no la produces de manera natural no hay dios ni humano que te lleve al orgasmo y si lo consigues, ya vendrá santa rutina a fastidiar.

Por eso, antes de llegar a los 40 he decidido abonarme a la consulta de mi endocrino a ver si logro que dé con la fórmula que mantenga a mis hormonas a raya. Si no, me enamoraré de él, que bien mirado, con poca luz, no está tan mal.