domingo, 14 de diciembre de 2008

Josefa y el imperio de la Coca-cola

Cuando te despides de ella siempre responde igual. “Adiós y buena suerte”.
Cuatro palabras que ponen fin a las tardes de escapularios y limpiabocas. Así llama Josefa a los refrescos de Aquarius y a las servilletas de la cafetería del geriátrico donde vive los últimos años antes de llegar a su primer siglo de existencia.
“Yo no sé la palabra”, dice cuando su hija le recuerda el nombre del famoso refresco. Como si Josefa supiera algo de bebidas isotónicas o del emporio de la Coca-cola. Como si para ella existiera alguna diferencia entre una servilleta áspera, un clínex o cualquier otro útil hecho a base de celulosa. Al fin y al cabo todos están pensados para limpiarse la boca.

Algo que Josefa repite sistemáticamente antes de empezar a cantar “La falsa monea”. Una coplilla que repite para propios y extraños cada tarde de domingo ante su escapulario burbujeante. Porque Josefa, además de madre de siete hijos ha sido siempre muy aficionada a la copla. Claro que a estas alturas de su vida sigue siendo tan madre como entonces, pero su afición se reduce a eso, a la copla, que no a las coplas, y sólo es capaz de poner en pie la letra “que de mano, en mano va, y ninguno se la quea’”.
Como la suerte, que circula entre quienes la conocen, aunque pocos se la queden.

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