miércoles, 16 de julio de 2008

La cueva

Pasaban de las dos de la tarde cuando el intrépido Johnny se adentró en aquel inhóspito cubículo. Iba ataviado con todo lo necesario y empuñaba el arma necesaria para no correr peligro. Le temblaban las rodillas al ver cómo los extraños seres se movían entre la masa. Los aullidos ensordecedores de los jefes de la tribu lo acobardaron hasta el extremo de estar a punto de abandonar. Había pasado toda la mañana sopesando los pros y los contras de dar aquel paso y ahora, cuando llegaba la hora de entrar, giró sobre su cuerpo y trató de huir, pero entonces oyó alto y claro el grito de su jefa:
- Juanito, tira pa’ dentro que nos quedamos sin mesa. Juan ¿te has quedao’ tonto o qué?
- Ay, cariño, es que no me atrevo.
- Pero bueno yo creo que este hombre se ha vuelto loco. A ver, coge a los niños y los cubos y deja la sombrilla en el suelo que ya paso yo.
- Señora, sin empujar ¿No ve el jaleo que tenemos?
- Ya lo veo, pero que si bajan la voz seguro que no tienen tanto. Venga, mesa para cuatro, sardinas y paella para todos, que tenemos hambre y los niños no me aguantan.
-Lo que mande, doña. Allí, en la mesa del fondo.
-Vamos, Juanito, pasa que nos han dado la misma mesa que ayer. Y a ver si hoy no lloras si al camarero se le cae la cerveza encima de ti, que total ya pedimos otra camiseta al banco cuando firmemos la póliza nueva.

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