jueves, 6 de noviembre de 2008

Teodoro se ha vuelto a enamorar

Teodoro se ha vuelto a enamorar. No ha querido seguir mis consejos ni escuchar los avisos en forma de alarma silenciosa que lanzaba su materia gris y se ha dejado llevar por las hormonas y la melancolía, así que ha rehecho su vida. Ha dejado de ser un golfo para convertirse en un señor serio y responsable. Se ha cortado la melena y se ha convertido en un hombre calvo. Ha dejado el gimnasio y se ha dado a la cerveza para cultivar, como dios y la ley del maridito perfecto mandan, los abdominales.

Pero, mira, que con todo me alegro por él. No sé por qué, pero ahora despierta a su paso un instinto de ternura irremediable para cualquier mujer. Antes inspiraba misterio. Es lo que tienen los solteros a partir de cierta edad, que son capaces de sacar de ti el instinto de amazona y te dan unas ganas horribles de salir a la caza y llevártelo como trofeo a casa o la cama, eso va según las ganas de compromiso de cada una. Las hay incluso que cuelgan sus cabezas en el salón para que haga bonito con la marina que le regaló la tía Puri en la boda.

Pero ahora, no. Desde que puso un punto y seguido a su vida, Teodoro no es la fiera a batir; es más bien el animal moribundo al que te dan ganas de ayudar porque de chiquita quisiste ser veterinaria y seguro que si lo mimas y le curas un poquito te será fiel y te dará cariño por los siglos de los siglos. Entonces ya no lo quieres de trofeo, ya te apañas con hacerte un par de fotos con él para que la tía Puri vea que eres una chica buena capaz de tener amigos sin necesidad de que vean las sábanas de tu cama que ella tan adorablemente bordó para el ajuar.

Así, cuando Teodoro rehace su vida de camino hace un favor, o no, a todas las amazonas y tías Puri del mundo, que ahora viven felices tomando café en el saloncito decorado con fotos de animales dóciles en lugar de cabezas de fieras… con lo bonito que hacía.

martes, 4 de noviembre de 2008

Albóndigas asesinas

Sabía que iba a pasar. No la estaba cuidando lo suficiente y al final ha decidido vengarse de mi indiferencia. Lo hizo como sólo ella sabe hacerlo, en silencio, por sorpresa, cuando menos lo esperaba y cuando había bajado la guardia.

Haber sustituido su compañía por farsantes en forma de precocinados hizo que mi cocina me escupiera todo su odio en forma de aceite hirviendo sobre mi cara. Sobornó al sofrito para la salsa de unas albóndigas y él se encargó perpetrar la venganza. El día elegido, el sábado por la mañana, cuando por fin había decidido recuperar nuestra relación abandonada por falta de tiempo. “Excusas, si me quisieras encontrarías el momento de tocarme”, me dijo cuando le pedí explicaciones.

He decidido perdonarla. Afortunadamente la convencí para que no siguiera disparando y las albóndigas no acabasen convertidas en proyectiles mortales sobre el alicatado de mi hipotecado hogar. Le expliqué que los precocinados no están tan mal, que tienen su punto si les dejas que se expresen. Lo ha entendido y ha vuelto, como siempre, a permitirme mandar y organizarme como buenamente me parece, sin pedir explicaciones. Creo que me he enamorado. Quizás le proponga hacer un trío y montárnoslo con el microondas.