jueves, 12 de marzo de 2009

El mueble y las leyes de mi primo Isaac

Las gentes de letras tenemos, por definición, una seria limitación para entender las leyes de la física. Una puede recitar de memoria todas y cada una de las reglas ortográficas o gramaticales, pero es absolutamente incapaz de recordar una sola de las fórmulas extrañas que en segundo de BUP el catedrático de instituto garabateaba en la pizarra. Y eso a pesar de los intentos de aquel hombre por demostrar empíricamente las leyes de aceleración de los cuerpos lanzando el borrador contra nuestras cabezas, que no vean la velocidad que puede alcanzar la dichosa esponjita con mango de madera. Y lo que duele, leche.

En fin, que para las gentes de letras o al menos para la que escribe éstas, Newton es algo así como un primo lejano y antipático que creíamos borrado de nuestra memoria hasta que una tarde de domingo cualquiera vuelve del otro mundo (del purgatorio, más bien, que allí no hay gravedad e Isaac está más cómodo) y se manifiesta en todo su esplendor con el único objetivo de vengarse.

Que te has olvidado de mí; que prefieres las novelas y la historia a las ciencias exactas, pues voy yo y dejo caer tu librería cargadita de tanta palabrería con pastas duras sobre el suelo de tu salón recién pintadito y de paso araño tu pared marrón chocolate, la última moda en decoración.
Y entonces te posee el espíritu de tu profesor de Física y Química, que murió asfixiado por el polvo de tiza hace algunos años, y recuerdas a la perfección la segunda ley de Newton. Ésa que se refería a la fuerza y a la aceleración de los objetos y te lías a patadas con los restos de la librería. Y cuando se te acaban las fuerzas, porque se acaban aunque la física diga que no, te tiras al suelo y tratas de entenderlo todo.

¿Por qué mis libros se alían con un físico para fastidiarme el descanso dominical? ¿Por qué no escucharía lo suficiente en clase de Física? ¿Por qué…..? Y antes de caer en clase de Filosofía recuerdas: “Según las leyes físicas el espacio ocupado por un cuerpo es el volumen”. Ah, era eso, mis volúmenes-libros rebelándose.


Luego dirán que el saber no ocupa lugar o espacio. Y un huevo.